China, un país de «early adopters»

Imbuidos de nuestra fatua superioridad occidental, todavía pensamos en China como si fuera un cliché, ese país inmenso, de cultura milenaria, tradicional (una característica que nosotros tendemos asociar con atraso) y que «algún día dominará el mundo», pero no acabamos de creernos que ese día llegará. Y lo que pasa es que ya no podemos conjugarlo en futuro, porque ese día ya ha llegado.

Una de las razones del milagroso y espectacular desarrollo del gigante asiático en las últimas décadas -además de la política de ‘un país, dos sistemas’ que han aplicado los dirigentes del Partido Comunista desde la muerte de Mao Zedong- es la rapidez con la que introducen las novedades. Los chinos son los early adopters del planeta Tierra, no tienen miedo a probar cualquier cosa por extravagante que parezca, ni mucho menos a impulsarla. Ese es el motivo de que allí el papel moneda, al igual que el dinero de plástico, sea ya un vestigio del pasado porque desde hace años la mayoría de la gente paga con el móvil; o de que hayan convertido un pueblo de pescadores, Shenzhen, en el nuevo Silicon Valley.

La última locura salida de China son las cabinas de Ping An Good Doctor (Ping An es una compañía de seguros con sede, cómo no, en Shenzhen). Cubículos de tres metros cuadrados, con una pantalla y un banco, colocadas en la calle como si fueran un fotomatón. Cualquier persona que necesite una consulta médica puede entrar, plantear su problema y un sistema de Inteligencia Artificial realiza un diagnóstico preliminar, basándose en los datos de 300 millones de casos previos. Después, un facultativo real interviene por videoconferencia para supervisar las conclusiones del doctor virtual, y en el exterior de la cabina hay una máquina que expende los medicamentos más comunes.

Un clásico del diseño industrial

KitchenAid es una línea de aparatos de cocina creada hace casi un siglo (en 1919) por Hobart Corporation en Estados Unidos. Un ingeniero de la compañía, Herbert Johnston, había inventado una década antes la batidora eléctrica tras ver a un panadero mezclando masa de pan en un bol con una cuchara de madera. Johnston se propuso automatizar esa tarea y desarrolló el primer batidor de huevos doméstico. Durante las pruebas, la esposa de uno de los directores de la empresa aportó sin darse cuenta el nombre de la marca cuando exclamó: «No me importa cómo lo llames, es el mejor ayudante de cocina [kitchen aid] que jamás he tenido».

El robot fue un éxito, se vendieron 20.000 unidades y entre los primeros clientes figuraban estrellas de Hollywood como John Barrymore, Marion Davies, Myrna Loy y Ginger Rogers. En los años 30, el lanzamiento del modelo K, diseñado por Egmont Arens -editor de las revista Creative Arts y Vanity Fair-, consiguió que Kitchen Aid obtuviera numerosos premios e incluso que pasara a formar parte de la colección de algunos museos. Este diseño se ha mantenido prácticamente invariable hasta hoy y es todo un clásico industrial de la cocina moderna. Kitchen Aid ofrece ahora hasta nueve modelos, todos con la misma forma y con características diversas como bol de gran capacidad (hasta 6,9 litros) y elevable.

El Artisan puede considerarse la perfecta reencarnación del original. Cuenta con un recipiente de 4,8 litros que permite procesar tanto pequeñas como grandes cantidades de alimentos. Robusto y estable, el robot de cocina bate, monta, remueve, amasa y mezcla, ocupándose con extrema facilidad de las tareas más repetitivas, pesadas y que más tiempo llevan.

Una de las claves de su funcionamiento es lo que se denomina «movimiento planetario»: el robot gira en una dirección, mientras que bate y da vueltas en otra, empujando constantemente los ingredientes hacia el centro del bol. Los 10 ajustes de velocidad garantizan un mezclado rápido, meticuloso y preciso. El motor del cabezal asegura que la potencia se transmita directamente a los componentes.

Precisamente, otro de los aciertos del Artisan es su amplia variedad de accesorios opcionales y que se pueden instalar fácilmente. Gracias a una toma única multiusos podemos picar carne, trocear verduras, estirar y cortar pasta, exprimir y procesar. De serie trae un batidor de varillas, otro plano y un gancho amasador, además de la tapa con vertedor. Pero podemos comprarle un cortador en espiral, licuadora, procesador de alimentos, picadora, embutidor de salchichas, rebanadora de verduras, colador de fruta, exprimidor de cítricos, heladera, molinillo de cereales, prensa para pasta, máquina de raviolis… Hay boles metálicos y de cristal, e incluso de vidrio esmerilado y de cerámica, especialmente diseñado para chocolate blanco. El Kitchen Aid Artisan está disponible en una paleta de colores con hasta 25 tonos diferentes, incluyendo algunos que refuerzan su estilo clásico e industrial como almendra, niquel pulido, cromo metálico, pistacho o rojo imperial.

Vuelve a los cines la versión animada de «El Señor de los Anillos» de Bakshi

En 1978, mucho antes de que Peter Jackson convirtiera El Señor de los Anillos en un blockbuster de efectos especiales e imágenes generadas por ordenador, Ralph Bakshi dirigió la primera película basada en la novela de J.R.R. Tolkien. Fue un filme de animación que se hizo utilizando la técnica del rotoscopio -las escenas son filmadas con personas reales sobre fondo neutro para luego convertirlas en dibujos- y obtuvo críticas dispares. Ahora, cuarenta años después de su estreno, la obra regresa a la gran pantalla gracias a Seven Films, en colaboración con RosssCammm Films Distribution Consultancy.

La película volverá a los cines españoles el próximo 26 de enero y Galicia estará incluida en los nuevos pases comerciales (se emitirá en Yelmo Cines Los Rosales, en A Coruña, el sábado 27 a las 20 horas). La versión de El Señor de los Anillos de Bakshi (nacido en Haifa, Israel, en 1938, pero de nacionalidad estadounidense) está considerada una pieza de culto, tanto por la avanzada tecnología usada para su tiempo como por la forma de adaptar la historia de Tolkien. El propio Peter Jackson se inspiró claramente en ella a la hora de rodar su trilogía y de hecho hay escenas, como la introducción inicial, la huida de los hobbits o la muerte de Boromir, que prácticamente fueron calcadas por el director neozelandés.

El guion abarca La Comunidad del Anillo y parte de Las Dos Torres, los dos primeros libros de la saga, culminando en la batalla del Abismo de Helm. Estaba pensado hacer una segunda parte, pero finalmente no encontró financiación a pesar de que la primera había sido un éxito de taquilla (costó cuatro millones de dólares y recaudó más de treinta).

El proyecto de este largometraje surgió en 1957, cuando Bakshi trabajaba como animador para Terrytoons -el estudio conocido por personajes como Super Ratón, el ganso Gandy, el pato Dinky o las Urracas Parlanchinas-. Sus contactos no fructificaron y a finales de los años 60 los derechos de la novela fueron adquiridos por United Artists, que encargó un guion al británico John Boorman, pero finalmente quedó en un cajón.

Boorman pretendía concentrar los tres libros de Tolkien en una sola película, lo cual Bakshi calificó literalmente de «locura», teniendo en cuenta las numerosas tramas y personajes que discurren a lo largo de sus páginas. Por este motivo se dirigió a los responsables de United Artists (UA) y también a Dan Melnik, presidente de la Metro-Goldwyn-Mayer (la oficina estaba en el mismo edificio), que se comprometió a comprar el guion por tres millones de dólares. Pero Melnik fue despedido y Bakshi tuvo que buscar otro productor y volver a negociar con UA; rebajó sus pretensiones iniciales de rodar tres filmes y aceptó hacer solamente dos partes.

Bakshi procuró ser lo más fiel posible al espíritu tolkeniano y se reunió incluso con la hija del escritor británico, Priscilla, a la que prometió que no haría cambios en el argumento ni eliminaría personajes. El guion fue reescrito por Peter S. Beagle y algunas de las escenas se rodaron en España, concretamente en Cuenca y Segovia, aunque luego fueron pasadas por la trama de animación. Con un metraje total de 132 minutos -fueron acortadas algunas secuencias clave como la lucha de Gandalf con el Balrog-, es una producción oscura y con mucho peso artístico. El actor John Hurt puso la voz original a Aragorn y la música fue compuesta por Leonard Rosenman (Óscar de Hollywood por Barry Lyndon), aunque Bakshi había propuesto que la hiciera el grupo de rock Led Zeppelin.

El no tener continuación y el desconocimiento por el público en general de la gran novela de Tolkien hicieron que en su día la película no fuera bien entendida y valorada. Tuvo que pasar casi un cuarto de siglo para que la trilogía de Peter Jackson -mucho más comercial y adaptada a los gustos cinematográficos mainstream– convirtiera la destrucción del anillo único en una misión de éxito global.

Cuando Kubrick quiso que McCartney y Lennon fueran Frodo y Gollum

El episodio más surrealista antes de que Ralph Bakshi consiguiera hacer la primera película de «El Señor de los Anillos» fue la adaptación propuesta por Stanley Kubrick en 1967. El legendario director inglés quería que los Beatles protagonizasen el filme e incluso tenía pensado el reparto de personajes: Paul McCartney hubiera dado vida a Frodo, Ringo Starr a Sam, George Harrison a Gandalf y John Lennon sería Gollum. Afortunadamente el proyecto no prosperó y Kubrick se centró en una nueva película, «2001: Odisea en el espacio». La frustrada versión de John Boorman tampoco habría gustado a Tolkien (falleció en 1973), ya que hacía cambios sustanciales: Aragorn mantenía relaciones sexuales con Eowyn y se casaba con ella, Galadriel seducía a Frodo en Lorien y Gandalf enterraba al enano Gimli para intentar abrir las puertas de Moria.

Koolhaas sitúa las galerías gallegas como uno de los hitos de la arquitectura

Galicia exportaba high tech en el siglo XVIII. El arquitecto holandés Rem Koolhaas sitúa las galerías típicas de las viviendas del golfo ártabro como el origen de la aplicación sistemática de la doble fachada, uno de los elementos arquitectónicos que aborda en su libro Elements of architecture (Taschen, 2018). La «Galician gallery» ocupa una de las más de 2.300 páginas de este exhaustivo compendio, realizado con las aportaciones de los estudiantes de la Escuela de Postgrado de Diseño de Harvard y en la que las referencias españolas en esta disciplina son más bien escasas.

Koolhaas, de 73 años y uno de los profesionales más influyentes tanto por sus proyectos (recibió el premio Pritzker en el año 2000) como por su obra teórica (que plasmó en otros dos volúmenes monumentales, Delirious New York y S, M, L, XL), explica que la génesis de la doble fachada se puede atribuir a dos fenómenos: primero, el efecto invernadero y su capacidad para generar microclimas contenidos en el vidrio; y segundo, la aptitud de un espacio aéreo para actuar como aislamiento térmico.

«En el siglo XVIII, la creciente disponibilidad de vidrio y su uso como material de construcción en embarcaciones facilitó la transferencia de tecnología en ciudades marítimas como A Coruña y Ferrol», detalla el arquitecto. El vidrio plano, producido en la Real Fábrica de Cristales de La Granja (Segovia), fue enviado a la villa ferrolana para acristalar las popas de los grandes galeones españoles desde 1759. «Imitando la construcción de barcos, la galería gallega se originó como una solución para el cerramiento de balcones exteriores, utilizando vidrio con marco de madera envolviendo los edificios de mampostería de piedra -explica Koolhaas-. La capacidad de este conjunto de vidrio, aire y mampostería para actuar como un dispositivo climático rápidamente se hizo evidente y desencadenó una aplicación sistemática, primero en el barrio de [A] Magdalena en Ferrol, y luego en A Coruña y Pontedeume, ciudades vecinas con climas similares y ligadas también a las tecnologías navales».

La página está ilustrada con sendas fotografías de la Marina coruñesa y de una casa con galerías ubicada en Ferrol. Según se señala en el libro, las cada vez mayores existencias de vidrio permitieron que la galería gallega se hiciera rápidamente muy popular en todo el noroeste de la Península.

Posteriormente, este principio de la cámara de aire se utilizaría en Centroeuropa para las primeras ventanas con doble acristalamiento, permitiendo conjugar las necesidades de una mayor entrada de luz diurna (lo que exigía abrir huecos más grandes en las fachadas) y un mejor aislamiento. En ciudades como Viena, Praga o Berlín, este tipo de ventanas, denominadas Kastenfenster (ventana de caja) se convirtieron en un estándar que se aplicó a escala urbana.

Ya en el siglo XX Le Corbusier, con su Muro Neutralizante, y los también franceses Félix Trombe (ingeniero) y Jacques Michel (arquitecto), que desarrollaron la pared con cerramiento acristalado, orientada al norte y capaz de acumular el calor (Trombe wall), evolucionaron este concepto, que ha llegado hasta nuestros días y se ha convertido en uno de los ejes de la arquitectura bioclimática.

«Utilizada por primera vez en climas fríos, donde existía la necesidad de un aislamiento máximo y una máxima luz natural, la doble fachada fue una tecnología global que se ha ido haciendo cada vez más específica a nivel local», indica Koolhaas, que añade que este sistema se convirtió en «uno de los faros de las tecnologías de construcción pasiva». Advierte, sin embargo, que sus costes relativamente elevados en materiales, mantenimiento y espacio han debilitado en los últimos tiempos su fuerza como tipología arquitectónica.

El material utilizado en Elements of architecture sirvió de base también a una exposición con el mismo título que causó sensación en la Bienal de Venecia del 2014. A través de sus páginas se analiza una colección de elementos arquitectónicos (suelo, muro, cubierta, puerta, ventana, balcón, corredor, chimenea, baño, escalera, ascensor, rampa y la citada doble fachada con capacidad climática) que en unos casos han permanecido inalterados durante 5.000 años y en otros han sido reinventados y adaptados a las necesidades de cada momento.

El tratado, que algunos comparan con el Arte de proyectar en arquitectura de Ernst Neufert, permite mirar a través de un microscopio los fundamentos reales de los edificios y ver de nuevo las técnicas esenciales usadas por los arquitectos. Es «un recurso que puede ser consultado una y otra vez y que dará a los diseñadores de nuestro mundo construido, los de hoy y los del futuro, el conocimiento necesario para abordar los retos a los que nos enfrentamos», explican desde ArchDaily, la web especializada más visitada.

Ferrari: lo que se esconde bajo la piel

En Londres, y más en el barrio de Kensignton, los Ferrari se pueden ver aparcados en la calle como si tal cosa. Pero junto al Holland Park, en el Museo del Diseño, estos días se exhiben algunos de los modelos más increíbles del fabricante italiano, desde el inicial 125 S de 1947 -una maravilla de la ingeniería creada durante un periodo en que la economía italiana estaba devastada tras la Segunda Guerra Mundial- hasta un LaFerrari Aperta del 2016, que incorpora el sistema de regeneración de energía KERS derivado directamente de la Fórmula 1.

En medio, iconos como el F40, que dejó casi sin palabras al propio Enzo Ferrari poco antes de su muerte; un Testarossa Spider modificado especialmente por Pininfarina para el entonces presidente de Fiat, Gianni Agnelli; un Daytona de 1973 (365 GTB4, aunque se le conoce con el nombre de la ciudad americana tras haber copado los tres primeros puestos en las 24 Horas de 1965); un 275 GTB4 en azul celeste (1967), considerado el Ferrari más bello de todos los tiempos; un 250 GTO, el 500 F2 de Alberto Ascari, el 166 MM que dio los primeros triunfos deportivos a la marca en carreras como la Mille Miglia…

Diseñada por la española afincada en Milán Patricia Urquiola, la muestra analiza el proceso de creación de un Ferrari, desde los bocetos y planos a los modelos de arcilla y de madera, incluyendo pequeños coches a escala que se utilizan para probar las condiciones aerodinámicas de los coches; o el chasis y la estructura tubular de algunas creaciones de Maranello.

También hay abundante material de competición, como una galería que repasa evolución de los cascos de los pilotos a lo largo de los años; motores de Fórmula 1 de ayer y hoy; trofeos, y hasta es posible sentarse en el asiento de un Ferrari mientras se contemplan los coches que nos hacen soñar. 

El gran viaje pasa por Vigo

La última diatriba del escritor y académico de la RAE Arturo Pérez Reverte tiene como diana el turismo de masas, en el que cada día decenas de miles de individuos son «arrojados de golpe por cruceros y viajes baratos en un solo fin de semana sobre ciudades como Roma, Florencia, París, Madrid o Barcelona». Hubo un tiempo en que no fue así, una época en la que moverse por el mundo era una experiencia nueva y apasionante, especialmente para aquellos que disponían de recursos, tiempo, imaginación y atrevimiento para llevarlo a cabo.

Entre mediados del XIX y la Segunda Guerra Mundial, el viaje se convirtió en una aventura y un descubrimiento no solo de nuevos países y culturas, sino también del propio interior. Era una especie de rito iniciático con el que las familias adineradas hacían entrar a sus vástagos en la madurez y los enviaban a recorrer Europa. En Grecia e Italia estos jóvenes encontraban las raíces de la cultura occidental y en España se topaban con imágenes costumbristas que empezaban a ser desterradas en las sociedades más avanzadas de las que provenían.

El Grand Tour, como lo denominaban los aristócratas anglosajones, se extendía también al Lejano Oriente y a todas aquellas zonas del planeta que todavía eran colonias, como el norte y sur de África (Marruecos, Egipto, Sudáfrica…), la India, Australia o Nueva Zelanda.

En una era en la que no había televisión y el cine era mudo, viajar por el mundo contemplando las grandes obras de arte y arquitectónicas de la Antigüedad era una de las mayores y más fascinantes experiencias. La obra de ilustres escritores como Julio Verne o Washington Irving está influida por estas vivencias y junto a otros coetáneos contribuyeron a popularizar la literatura de viajes.

La editorial Taschen ha recuperado los recuerdos de esta etapa romántica en un volumen de tamaño XXL (616 páginas, 29 x 39,5 centímetros y varios kilos de peso) que recoge pósteres de viajes, pasajes, menús, pegatinas de equipaje y valiosos fotocromos de principios del siglo XX. The Grand Tour. The Golden Age of Travel (La Edad Dorada de los viajes) abarca de 1869 a 1939 y evoca la magia y aventura de estos itinerarios clásicos, que incluyen los trayectos de ferrocarriles míticos como el Orient Express o el Transiberiano.

El libro incluye numerosas ilustraciones e imágenes de archivo, y entre ellas hay algunas de España, como una doble página que muestra una escena del Berbés de Vigo, febril de actividad, a finales del XIX (entonces se conocía también como barrio de la Ribera). Asimismo, se repasan los viajes favoritos de los aventureros occidentales de la época de preguerra, incluidos nombres célebres como Charles Dickens, F. Scott Fitzgerald, Mark Twain y el citado Verne.

The Grand Tour. The Golden Age of Travel ha sido realizado conjuntamente por Sabine Arqué y el diseñador gráfico, fotógrafo y coleccionista Marc Walter, especializado en fotografías de viajes antiguas _atesora una de las colecciones más grandes del mundo de fotocromos_. Suyos son buena parte de los carteles, guías, folletos, menús y otros documentos que dan testimonio de un época dorada en la que el tren, el barco y los primeros coches y aviones todavía convivían con caballos, asnos y camellos como medios de transporte. Una era en la que no había aeropuertos abarrotados, medidas de seguridad extremas, cadenas hoteleras o itinerarios turísticos trillados; y en la que el mayor afán no era hacerse una foto ante el monumento de turno, sino saciar la curiosidad por descubrir el mundo.

Zaha Hadid, la arquitecta de los enfados monumentales

Zaha Hadid (Bagdad, 1950-Miami, 2016) llegó en el 2003 a un abarrotado auditorio coruñés que la recibió con una salva de aplausos, pero el idilio duró poco. Nada más empezar, la iraquí se quejo de que no podía hablar a la vez que el intérprete, y poco después lo acusó de no estar traduciendo bien sus palabras. «Es poco profesional», dijo al público. El intérprete y ella se enzarzaron, en medio del desconcierto general. Amago de «que no sigo». Bronca. En medio de la exposición, él le corrigió una palabra. Ella: «No traduzca esta parte». Y así hasta el final. Ningún miembro del jurado se atrevió a preguntarle nada.

Era la presentación de su propuesta para la Casa de la Historia. Y sirvió no solo para conocer el proyecto arquitectónico de Zaha Hadid, sino también, inesperadamente, su brusco y poderoso carácter, tan presente en sus trabajos, rotundos y audaces. La iraní no lo tuvo fácil: nació mujer en un mundo de hombres y, por si esto fuese poco, eligió una disciplina especialmente masculina. Tuvo que armarse de paciencia, aprender a ser constante. Entender que solo cuando el talento va de la mano del trabajo puede llegar a romper barreras, hacer sólidos los sueños, reales los proyectos pensados. 

Nacida en Bagdad (Irak) en 1950 y fallecida en Miami el último día de marzo del año pasadoZaha Hadid se convirtió en la primera mujer en ser galardonada con el prestigioso Premio Pritzker de arquitectura. Fue, con 53 años, la persona más joven en lograrlo. Creció en el seno de una familia de la alta burguesía. Su padre era un destacado político, también empresario, del régimen anterior a la llegada de Sadam Hussein. Desde que, en 1932, el país accediera a la independencia, se habían sucedido diversas insurreciones y rebeliones de minorías, todas ellas sofocadas por el ejército del rey Faisal II, lo que sembró entre la población un incómodo sentimiento contra la monarquía y la alianza con occidente (la tutela británica abarcaba desde la política hasta la economía, pasando por las relaciones internacionales).

El Irak que recordaba Zaha Hadid era, sin embargo, liberal y tolerante. En una entrevista concedida hace un tiempo a La Voz explicaba que, cuando ella creció en Irak, la entrada de las mujeres en el mundo de la arquitectura era más común allí que en Europa. En cualquier caso, todo cambió con el golpe de Estado de 1958. La familia de Zaha Hadid se vio obligada a marcharse al exilio y ella se formó en un internado suizo. Posteriormente, estudió Matemáticas en Beirut y Arquitectura en Londres. Su carrera profesional despegó a finales de los años 70, cuando empezó a colaborar con OMA (la oficina del holandés Rem Koolhaas), una destacada firma internacional dedicada a la arquitectura contemporánea, el urbanismo y el análisis cultural en la que fuimos testigos de las primeras pinceladas de la arquitectura de Zaha Hadid, caracterizada por una fuerte carga experimental: volúmenes fracturados, proyectados, planos cortantes y afilados que giran alrededor de puntos excéntricos…

Las tendencias de Zaha Hadid cristalizaron en The Peak, un proyecto para un club social localizado en Hong Kong cuyo concurso ganó la iraquí, pero que finalmente se quedó en el papel. Durante la década de los ochenta, realizó otras propuestas similares que no llegaron a construirse, entre ellas dos edificios en Japón. Pero Zaha Hadid combinaba estos trabajos con una intensa actividad docente; primero, en la Architectural Association de Londres y, a partir de 1987, como directora de la cátedra Kenzo Tange de la Graduate School of Design, en Harvard. La arquitecta iraquí reconoció en alguna ocasión que, pese a su posición acomodada, las clases y conferencias que impartía le ayudaron a mantenerse.

Todo cambió en 1993, cuando le ofrecieron diseñar el cuartel de bomberos de Vitra (Weil am Rheim, Alemania), un conjunto integrado por una fábrica de muebles y un museo, además de otros edificios firmados por estrellas como Gehry o Siza. Zaha Hadid proyectó un pabellón-concepto dominado por una serie lineal de paredes que se perforan, se inclinan y se rompen según los requerimientos funcionales.

La estación de Vitra ayudó a Zaha Hadid a sacar adelante otros proyectos bloqueados, como el edificio de viviendas IBA, en Berlín, y a ganar el concurso de la ópera de Cardiff (Gales, Reino Unido) en 1994, que tampoco llegó a llevarse a cabo tras decidir el patronato promotor que la propuesta era demasiado radical. Este hecho generó una enorme polémica y suscitó un debate a nivel profesional del que Zaha Hadid, una vez más, salió fortalecida.

Cimentó luego Zaha Hadid su fama con dos trabajos que para otros arquitectos serían menores, pero que ella consiguió convertir en iconos de la nueva arquitectura. El primero fue la terminal de tranvía Hoenheim-Nord (Estrasburgo, Francia), construida entre 1999 y 2001. Dominada por dos capas (suelo y cubierta) fracturadas y ligadas por columnas oblicuas, la idea global que subyace es la de crear ámbitos y líneas superpuestos que se unen para formar un todo en constante cambio. Estos ámbitos constituyen las pautas de movimiento generadas por coches, tranvías, bicicletas y peatones. El segundo proyecto singular (tanto por lo insólito del programa como por la repercusión internacional que ha tenido) fue el trampolín de saltos de esquí de Bergisel (Innsbruck, Austria), terminado en el 2002. Una pieza funcional al servicio del deporte de alta competición y fabricada con precisión matemática. La unión de elementos se resolvió como lo hace la naturaleza: desarrollando un híbrido sin costuras, cuyas partes se articulan y se fusionan de manera uniforme en una unidad orgánica.

La silueta del trampolín de Bergisel anticipó un giro en el diseño de Zaha Hadid. Sus siguientes proyectos suavizaron su deconstructivismo para abrazar un estilo más fluido y topográfico. Y la arquitecta pasó de tener las manos atadas a ser una de las arquitectas más reclamadas del planeta: edificios de todo tipo en los cinco continentes -el Centro de Arte Contemporáneo de Cincinnati, el pabellón Lfone, el complejo de esquí de Innsbruck, el centro acuático para las Olimpiadas de Londres, el museo Maxxi de Roma o, entre otros, la ópera de Guangzhou- integran una obra que se completa con diseños de mobiliario e interiores, como el restaurante Moonsoon, en Sapporo (Japón); estructuras temporales (pabellón de música y vídeo de Groningen, Holanda), e incluso escenarios de espectáculos, como el montaje del Pet Shop Boys Tour 1999-2000. 

Curiosamente, lo mejor de Zaha Hadid, la representación arquitectónica de sus propuestas sobre el papel, es también su perdición. Sus bocetos no se disponen de la forma habitual, sino que se despliegan con un código visual propio que presenta objetos plásticos en disposiciones reversibles y cambiantes. Esta obra gráfica es tan admirada como polémica, ya que mucha gente confunde sus dibujos, que muestran las numerosas y diferentes imágenes del proceso de diseño, con la totalidad del edificio. Y así, al igual que su arquitectura, la personalidad de Zaha Hadid era emocional e intuitiva, temperamental y cortante.

Lo mismo vestía telas exquisitas de Issey Miyake que se ponía una chaqueta vieja del revés. En sus manos, Zaha Hadid lucía siempre extravagantes anillos de su propio diseño. Ella, sin embargo, insistía siempre en que era más sencilla de lo que aparentaba: «A veces te hace falta hacer algo completamente mecánico para poder tener ideas, hacer algo sin pensar, como pasarte una hora entera planchando camisas. La gente piensa que estoy loca cuando se me ocurre pasar el día haciendo este tipo de cosas».

En el año 2004, Zaha Hadid fue galardonada con el Pritzker de arquitectura, convirtiéndose en la primera mujer en ser reconocida con el prestigioso galardón. De su escarpado camino hasta ahí quiso hablar el jurado cuando falló a su favor, una senda, la que le llevó al reconocimiento mundial, que supuso «una lucha heroica». La iraquí -de ojos grandes, de voz ronca y muy seria- rompió moldes; se adelantó a su tiempo. Ella, tras recibir el premio, reconoció el premio haber trabajado muy duro. «Me imagino -apuntó, sin embargo- que hubiera sido así en cualquier otra profesión». 

Rostros de malla de acero y leds

El creador de lámparas gallego Arturo Álvarez (A Estrada, 1964) ha dado una vuelta de tuerca a su trabajo con un nuevo concepto de iluminación artística. Presentado a principios de mes en la feria Euroluce de Milán, sorprendió a público y crítica con una serie de figuras antropomórficas que pretenden reflexionar sobre las relaciones entre los seres humanos y del ser humano consigo mismo. La serie Conversas, por ejemplo, es una colección de rostros «sin tapar, al aire, con todas sus bellezas y miserias a la vista», que adquieren toda su carga dramática a partir de la luz que los proyecta en la pared de forma tridimensional. Fabricados con malla de acero inoxidable negra y leds, las sombras que generan permiten ver cada gesto, cada arruga, la expresión de la comisura de los labios o de la mirada.

La instalación cobra una fuerza brutal en el momento que las bombillas entran en movimiento, lo que provoca a su vez un movimiento de las sombras, creando una comunicación de todos con todos. Representa la necesidad del ser humano de estar con el otro y de ser escuchado. Como dice el autor, «al final, lo único que nos queda son las relaciones interpersonales».

Otra colección en la que los límites entre arte y diseño se diluyen es Ágora. En las esculturas la fuerza de la vida intenta abrirse paso, se escapa en forma de haces de luz brillante, y se eclipsa en aquellas zonas donde la oscuridad se impone. La idea del ser humano contemporáneo puesto ante la tesitura de un individualismo extremo emerge con fuerza. Finalmente, la serie Encontros, hecha a partir de cordón japonés, presenta un conjunto de figuras que semejan familias de individuos que intentan un diálogo entre sí, desde la perspectiva y la singularidad de cada uno.

«La apuesta era arriesgada, pero el resultado ha sido todo un éxito», explican desde la firma con sede en Vedra. El stand tuvo un lleno absoluto los seis días que duró la feria, probablemente el certamen de iluminación más importante del mundo y que se celebra cada dos años englobado en el Salón Internacional del Mueble de Milán. Los diseños de Arturo Álvarez recibieron más de 1.300 menciones en Instagram y publicaciones de prestigio como Dezzen lo citaron en sus editoriales.

El trabajo más artístico convivía con naturalidad con las nuevas propuestas de la marca, bautizadas como Ura, Onn, Pili y Ballet, con formas geométricas y orgánicas inspiradas en la naturaleza en las que la luz transpira por los poros de materiales innovadores como el Simetech.

Arturo Álvarez ocupa el puesto 17 en el ránking Top 100 Designers de Architonic, portal de referencia en arquitectura y diseño que reúne una base de datos con más de 300.000 productos y 10.700 diseñadores de todo el mundo. Esta lista incluye a las figuras más relevantes del panorama internacional como Tom Dixon, Paola Lenti, los hermanos Bouroullec, Philippe Starck o Patricia Urquiola, la única española por delante del creador gallego.

Un pionero gallego

Aunque había nacido en Madrid en 1926, Antonio Lamela se sentía «muy gallego», como él mismo me confesó hace algunos años durante una visita a su estudio de la calle O’Donnell, donde todos llevaban batas blancas de laboratorio. Su familia paterna era originaria de una aldea de Castroverde y durante su infancia iba allí todos los veranos, en un viaje que en aquella época anterior a la Guerra Civil suponía dos días en coche: «Almorzábamos en Ávila, dormíamos en León, al día siguiente comíamos en Lugo y por la tarde llegábamos a Castroverde», recordaba. Dos años antes de conseguir el título, el joven Antonio empezó ya a trabajar como arquitecto, promotor y constructor. En una España todavía encerrada en sí misma, sus proyectos residenciales y turísticos, con una arquitectura novedosa de corte internacional, supusieron un soplo de aire fresco.

Lamela fue un pionero: diseñó uno de los primeros autoservicios del país, el primer edificio de viviendas con aire acondicionado, los primeros pisos con mobiliario de cocina ya integrado, el primer motel -El Hidalgo, en Valdepeñas (Ciudad Real)-, la primera oficina-paisaje (sin divisiones en planta)… Qué decir de sus Torres de Colón, en las que hizo realidad lo que parecía imposible: empezar la casa por el tejado.

Contemporáneo de la generación de oro de la arquitectura española -Fisac, Corrales, Sáenz de Oiza, De la Sota…-, defendía los rascacielos pero tenía los pies en la tierra. «La arquitectura tiene que dar respuesta a las necesidades humanas con un coste mínimo, no te puedes permitir el lujo de frivolidades absurdas formales», decía.

Una Vespa de 140.000 euros

Vespa 98, también conocida como MP6 (Motocicleta Piaggio 6), de 98 centímetros cúbicos, 3,2 caballos de potencia y capaz de alcanzar una velocidad máxima de 60 kilómetros por hora. Este modelo perteneció a la denominada como «serie 0» de la marca italiana, cuya fabricación se inició en 1946 con un primer lote de 60 ejemplares. De éstos solo sobrevivieron tres, y el más antiguo es el que está siendo rematado ahora mismo en Catawiki, el portal de subastas online de artículos singulares. Hasta el próximo 28 de marzo cualquiera podrá pujar por esta joya, pero debe saber que de momento la cantidad para hacerse con ella ya supera los 140.000 euros.

La Vespa 98 se puede considerar una auténtica obra de arte porque se fabricó prácticamente de manera artesanal, golpeando la chapa sobre la madera y completamente soldada a mano. Posteriormente la producción de esta versión original se industrializó y se extendió hasta 1948, fabricándose alrededor de 15.000 ejemplares. La vespa a la venta en Catawiki tiene inscrito en su chasis el número 1003 (la numeración comenzaba en 1001), lo que significa que fue la tercera fabricada por Piaggio en su historia.

A lo largo de los años, la Vespa se ha convertido en un icono que ha sido retratado en multitud de películas, como Vacaciones en Roma, con Gregory Peck y Audrey Hepburn conduciendo de forma alocada por el centro histórico de Roma; o La Dolce Vita, donde era el vehículo de transporte preferido del paparazzo encarnado por Marcello Mastroianni. «Es un símbolo italiano en todo el mundo y el hecho de que su actual propietario quiera subastar con nosotros la más antigua del mundo es un verdadero orgullo», señala Alejandro Sánchez, director general de Catawiki en España y Portugal.